domingo, 31 de mayo de 2015

POR UN CAMINITO…



No recuerdo que modelo era. Ni siquiera sabía que había modelos de autos y pensaba que todos eran del mismo año. Tampoco sabía que usaba gasolina, porque creo que cuando anduve en ella nunca hubo necesidad de ir a ponerle, o mi mente de 5 o 6 años de ese entonces no reparaba en entender el complejo funcionamiento de los motores de combustión interna.







Lo que si recuerdo es siempre ver a mi tía Amelia manejándola, o algunas veces a su esposo, mi tío Rogelio. En el lado de la ventana del copiloto siempre iba mi madre, y detrás, “hechos bola” íbamos mis primos Alejandro, Manuel, Eduardo, mi hermana Claudia, mi hermano Roberto, mi primo Manuel y yo.



Era una combi de la VW, color celeste, color del cielo. El sonidito de su motor era característico, y creo que forma parte del “soundtrack” de la vida de muchos de los que alguna vez anduvimos en ella.

Para mí, en ese entonces, era la libertad de ir y venir directamente a los lugares mágicos que me gustaban, sin depender del transporte público que era la forma más común y usada por mi madre, mis hermanos y yo.

Subir a ella era transportarnos literalmente a otros mundos. En ella íbamos al río San Marcos en Victoria, donde recuerdo que en las banquetas laterales que siguen el cauce del río jugaba carreras de velocidad con mis primos Alejandro y Manuel, ganando yo siempre todas, y recibiendo de premio una vieja moneda de 10 pesos con la cara de Miguel Hidalgo que mi tío Rogelio siempre le daba al ganador.






Íbamos al rancho de “Mama Mague”, a una media hora de ciudad Victoria, y de regreso llenábamos de agua botes de Shampoo vacíos, mis primos y yo, y veníamos dejando un camino de agua en la carretera de regreso exprimiéndolos, por la ventana trasera de la combi que mi tía nos dejaba abierta.

La vez que quede más sorprendido fue cuando cerramos la puerta de la combi en Ciudad Victoria, y la abrimos en Los Reyes, Michoacán. Lugar donde nos trasladamos todos, como siempre, y pudimos visitar a “Mama Nacha” en Pátzcuaro, Janitzio y muchos lugares más de por aquellos rumbos.

Pero sin lugar a dudas el recuerdo más constante que tengo de la combi en mi infancia es cuando nos íbamos todos “al río”, que ignoro cuál era, pero lo que si recuerdo era que todos esperábamos el momento en que mi tía ponía un viejo cassete en el reproductor, y una canción de un cantante (que después me enteraría que se llamaba Leo Dan) empezaba a sonar…




“Por un caminito yo te fui a buscar, muy lejos camine, y al fin yo te encontré…”, eran las estrofas que cantábamos mis primos y yo, alegremente mientras la combi  recorría kilómetros y kilómetros de carreteras, caminos, y recuerdos que se iban guardando en mi mente y en mi corazón.

Nunca supe que pasó con ella. Creo que mis tíos la vendieron a no sé qué persona. Espero que a donde quiera que haya ido siguiera haciendo felices a sus nuevos dueños, y que sepa que forma parte de una porción de mi cerebro, quizás pequeña, quizás un poco más grande. Pero que sepa que no me olvido de ella, ni creo que suceda nunca, y que de vez en vez, cuando la nostalgia me invade, la recuerdo bonito, con esa musiquita de fondo de la que es y será siempre inseparable.





SALUDOS!!